Todo tiene un final. Desde que los antiguos dejaron de existir, ya nadie se preocupa por hacer nada para que dure para siempre. Dentro de varios siglos o milenios, nadie encontrará una pirámide del siglo XX y mucho menos un aparato electrónico del XXI.
La costumbre hace extraños compañeros de viaje. Nunca tuve gran ilusión por tener un electrodoméstico de esos que son portátiles y sirven para hablar; pero la inadaptación social y la generosidad de una persona hiceron que uno de esos terminase en mis manos. Y parace que su tiempo toca a su fin. Pese a que me resistía a que fuese o se considerase un apéndice de mi persona, al final el uso degenera casi en abuso y si bien no es algo completamente imprescindible, termina siendo algo bastante necesario.
Y parece ser que es el final del aparatejo. Las habladurías populares y algún amigo ingeniero comentan que estas cosas se fabrican con una fecha de caducidad programada, con el claro objeto de una vez enganchado a su uso, te vuelvas una víctima del consumo. Y en esas me veo yo.
El segundo plano del asunto es la forma de pago y la compañía a la que hacer un poco más rica. Mientras siga dándole vueltas a eso, seguiré dejándome los dedos apretando botones que no siempre funcionan.
Así que si me llamas y no lo cojo, ya sabes por qué es.