Como si de un ancestral rito se tratase, todas las tardes procede con la misma ceremonia. Se coloca en el extremo de la barra, justo delante del tirador de cerveza y acerca un taburete si no lo hay allí ya. Saca del servilletero una, dos, tres, cuatro, cinco y hasta media docena de servilletas con las que limpia el asiento de la banqueta antes de subirse a ella.
Seguido a esto, justo cuando el camarero no mira, pasa su mano derecha por la columna metálica del tirador, colmada de agua condensada en el elemento expendedor de tan fresco y placentero líquido y, con la mano humedecida, se frota la otra, lavándoselas cuan aquel procurador romano que pasó a la historia por ese mismo gesto.
Otra pasada de la mano buscando más de la misma humedad y ésta le vale para limpiar a conciencia la cucharilla que ya el camarero le ha colocado en el platillo, que con el sobre de azúcar, aguarda la llegada del café.
El aromático bebedizo de manos del camarero al sujeto del que tratamos y prosigue con el ritual. Remueve el café con la cucharilla, una vez echado en éste el azúcar y terminado el proceso, con un poco más de agua en la mano, obtenida del mismo lugar que en las anteriores coacsiones, limpia la cucharilla de café.
Unas pocas servilletas más sirven para dejar impoluto el borde del vaso y, en ese momento, ya sí, procede a beberse el cafe."
Extraído con permiso de "Conversaciones y Café" de James P. Oldtown.