Ovejas
Un tipo va por el campo y se acerca a un pastor que cuidaba de un rebaño. Le propone que si acierta cuántas ovejas hay en total, le deje llevarse una. El pastor acepta y el tipo dice en número exacto de ovejas que hay. El pastor, resignado, indica al tipo que puede coger la oveja que prefiera. Antes de que el tipo se vaya, el pastor le dice que si adivina su profesión, le devuelve el animal, a lo que el tipo accede. El pastor le dice al tipo que es matemático y éste, asombrado, acata su parte del trato no sin antes preguntar al pastor cómo sabía a lo que se dedicaba. A lo que el pastor responde que se veía que se le daban muy bien los números, pero se delataba por haber elegido al perro.
Eso que he escrito, bien contado es un chiste más bien resultón que, bien contado, suele hacer gracia.
Pero no es el nivel de hilaridad que pueda provocar el chiste lo que me ha llevado a escribirlo. Ayer, mientras iba de viaje conduciendo mi coche, vi en un campo al lado de la carretera un gran rebaño del ovejas y recordé el chiste. Me lo conté a mí mismo en silencio y no me reí, ya me lo sabía. Y una vez contado, me puse a pensar en lo verdaderamente absurdo que es.
Para empezar, porque en matemáticas, si hay algo que se hace bien poco es contar y la mayoría de los cálculos se hacen con letras, sí, con letras.
Por otra parte, tampoco tiene ninguna relación el ser matemático con el no saber distinguir a una oveja de un perro.
Y ya lo mejor es, que una vez planteado lo anterior, si el tipo presuntamente matemático no sabía diferenciar a los animales, lo lógico es que hubiese dado un resultado a su cuenta de una unidad por encima de las ovejas que había, al considerar al perro como una más.
Ahora ya sí que no tiene ninguna gracia el chiste.