Como todo lo que sube baja, todo lo que entra debe salir. La gran ingestión de líquidos provoca una opresión en la vejiga que hay que aliviar. Y no es cosa a pasar por alto dónde.
Si estás en la calle de botelleo, lo más normal es realizar el incívico acto de regar la pared de cualquier vecino. Cosa con la que no estoy de acuerdo, aunque reconozco que hago porque muchas veces no queda más remedio. Aquí ya vale todo; he sabido de quien ha entrado en el portal de su casa y se ha encontrado un ñordo ahí plantado; y ya no hay a penas pudor ni por parte de las niñas, sin irte a buscar por ahí puedes encontrarte un aparcamiento de bicis o te pueden pasar al lado al grito de "esconded los pitracos".
Ya en los bares, pubs o discotecas nos encontramos con el mundo de la porcelana vitrificada. Con una cosa que no puedo es con tener que mear con un maromo al lado o con mucho ruido. Es superior a mí, ya puedo estar reventando que no sale ni gota. Se hace ridículo, pero si puedo espero a entrar en el cubículo de la taza. También hay donde el portero vigila si te estás haciendo unas lonchas, como pasa en el Fun Club.
Pero lo que tiene más esencia son las tascas. Esas en que el desagüe del lavabo va compartido con el del orinal, como en el Callao de la calle Lumbreras o en uno de la plaza de San Lorenzo que no recuerdo el nombre. Mención especial para La Gallega -calle Lumbreras también- donde te puedes lavar las manos a la vez que orinas; o al del Peregil hijo, con ese cartel de "no correr por los pasillos".