Historia de una pared
Una mañana me levanté con muchas ganas de hacer algo, pero no sabía qué. Estaban empezando a pasar demasiadas horas y temía que el día se fuese sin aprovechar esos ánimos.
Y tuve una idea. Fui a la tienda de la esquina, de esas que hay en las esquinas de todas partes, y compré ladrillos. Luego, en esa otra en la que atiende una señora tan mayor como simpática pedí cuarto y mitad de cemento y medio kilo largo de arena. Con mi compra en bolsas me fui a mi casa a levantar una pared.
Poniendo toda la ilusión del mundo fui colocando ladrillo a ladrillo, guardando el aparejo y manteniendo perfectamente alineadas las hiladas. Casi cuando era de noche ya había terminado. Ante mí, aplomada y majestuosa se levantaba la pared.
Entonces me di cuenta de que no podía pasar.
Y tuve una idea. Fui a la tienda de la esquina, de esas que hay en las esquinas de todas partes, y compré ladrillos. Luego, en esa otra en la que atiende una señora tan mayor como simpática pedí cuarto y mitad de cemento y medio kilo largo de arena. Con mi compra en bolsas me fui a mi casa a levantar una pared.
Poniendo toda la ilusión del mundo fui colocando ladrillo a ladrillo, guardando el aparejo y manteniendo perfectamente alineadas las hiladas. Casi cuando era de noche ya había terminado. Ante mí, aplomada y majestuosa se levantaba la pared.
Entonces me di cuenta de que no podía pasar.
1 comentarios:
Supongo que uno se tiene que quedar muy agusto al derribar una pared, q subidón de adrenalina!!!;))
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