miércoles, enero 24, 2007

Agonía

Gota a gota la vida salía de él, la muerte y su cuerpo se iban fusionando y conformaban un uno muy compacto, como si hubiesen estado conviviendo toda la vida, como un matrimonio de autralopitecus que aún viviesen. Al sol, en la solitaria cubierta, dejaba que el astro rey le torrase el cráneo, así como un pavo de navidad, su interior se iría secando y poco a poco, muy lentamente y despacio, dejaría de pensar, dejaría de sentir, dejaría de exsistir pero aún estaría ahí, como una estatua de sal, como Lot a la salida de Sodoma.
Una ola le sacó de esa especie de letargo en que se encontraba y lo arrastró hacia adentro y hacia abajo. El calor anterior se tornó súbitamente en un frío glaciar; una mañana soleada de invierno no podía calentar el agua del mar y menos a esa profundidad.
Luchaba por ascender y el rebufo de la ola lo arrastraba hacia abajo y más abajo. Sintió la angustiosa opresión de los pulmones tratando de luchar con sus desenfrenados intentos de no inhalar esa bocanada fatal de agua salada que le inundaría los pulmones y lo llevaría a la muerte.
Y era paradójico. Eso mismo era lo que llevaba buscando desde hacía un buen rato, realmente mucho mas que un rato, una vida prácticamente entera. Pero ahora que lo tenía al alcance de la mano, lo rechazaba con toda la fuerza que le quedaba, que se le iba poco a poco...


Extraído con permiso de "En el mar y más allá" de James P. Oldtown.

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