Como en una película de Jeunet
Las manchas de carbón suben por las paredes. El lagarto me mira, ya ni él mismo sabe de qué color es, porque este martes sabe a lunes. Todo lo bueno se acaba, al niño se le cae la bola del helado en la misma puerta de la heladría y llora. Una vieja con tres pelos en el mentón pisa la bola y casi resbala. Se apoya en su bastón de madera. Madera de caoba en la mesa de la pata coja que suena cada vez que el bibliotecario baja un libro polvoriento de la estantería. Sopla sobre la cubierta y levanta una nubecilla de polvo que hace que piquen los ojos. Más lágrimas y estornudas. Y sacas el pañuelo, el mismo pañuelo con el que te despides de mí desde ese tren que sale cada mañana y que cada mañana te lleva lejos de mí. Todos los días tenemos que pasar por lo mismo. Pago el café pero no lo bebo. No sé a qué sabe, pero no a café. Salgo a la calle refunfuñando, cuando debería haberme quedado y protestarle al camarero, pero esas cosas como muchas otras se nos ocurren siempre un minuto después. Y llego tarde. Desde lejos veo salir el tren y corro. Y cuando estoy a punto de alcanzarlo te veo en la ventanilla con ese pañuelo, el mismo pañuelo de siempre. No puedo correr más, no puedo respirar bien; jadeo, creo que tengo los pulmones negros. El humo nunca me sentó bien y el tren de carbón se sigue yendo una y otra vez. No me despierto, luego no me duermo.
Las manchas de carbón suben por las paredes....
Las manchas de carbón suben por las paredes....
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